Hay un cuento de Jorge Bucay que me gustó mucho cuando lo
leí. La moraleja nos enseña que no hay que rendirse ante la adversidad; porque
aunque a veces todo parezca indicar el peor desenlace, siendo perseverante y
luchando puedes salir airoso de una situación que a priori parezca muy
complicada.
“ Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se
dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo
en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas
patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil;
solo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse.
Una de ellas dijo en
voz alta: <<No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no
se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento.
No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril>>
Dicho esto, dejó de
patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso
líquido blanco.
La otra rana, más
persistente o quizá más tozuda se dijo:
<<¡No hay
manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se
acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni
un segundo antes de que llegue mi hora>>.
Siguió pataleando y
chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante
horas y horas.
Y de pronto, de
tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en
mantequilla.
Sorprendida, la rana
dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí,
pudo regresar a casa croando alegremente.”
Si la segunda rana se hubiera rendido como la primera,
pensando que era inútil luchar por una causa perdida, no se habría salvado. Hay
muchos momentos en la vida en los que nos sentimos así. Pensamos que hay
circunstancias que no podemos cambiar por mucho que lo intentemos… y entonces,
directamente, ni lo intentamos.
Como dijo un poeta alemán:
“Para que pueda
surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible”
Como os comentaba hace unas semanas en el artículo Las claves para dejar atrás el miedo y avanzar hacia tus sueños, a veces el miedo al fracaso nos impide luchar
y nos produce esa sensación subjetiva de no poder hacer nada.
Esta percepción de falta de control sobre el resultado de
las cosas que nos hace comportarnos como la primera ranita que se deja tragar
por la nata, en ocasiones está muy relacionada con la depresión y con la
llamada “indefensión aprendida”.
En un trastorno depresivo esa expectativa de
incontrolabilidad es fruto de una historia de fracasos previos en el manejo de
situaciones, y como consecuencia de ello la persona aprende a comportarse
pasivamente:
“¿para qué voy a
esforzarme si nada va a cambiar? Haga lo que haga no se arreglará el asunto”
Aún existiendo oportunidades reales de “poder hacer algo”,
la persona siente una falta de control sobre su vida que la lleva a dejarse llevar
por la corriente sin intentar remar en alguna dirección. A menudo esta
percepción de falta de control actúa, junto con otros factores, como
desencadenante de un trastorno depresivo. Y un estado de ánimo depresivo
aumenta a su vez la sensación subjetiva de falta de control. Ambos factores se
retroalimentan y se convierte en la pescadilla que se muerde la cola.
Cuando nos encontramos ante un trastorno
depresivo lo adecuado es acudir al psicólogo y hacer psicoterapia, pero como
comentaba al principio de este artículo todos podemos encontrarnos de vez en
cuando con esa sensación de no poder variar el curso de las cosas sin necesidad
de sufrir una depresión.
“ La corriente es
fuerte; me voy a despeñar al llegar a la catarata. ¿para qué cansarme remando
intentando llegar a la orilla?” El resultado parece claro: no hay
arreglo ¿para qué actuar?
Pues acuérdate del cuento de las ranitas en esos momentos,
porque si empiezas a chapotear una y otra vez ¡a lo mejor te llevas una grata
sorpresa!
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Seguro que recuerdas muchas situaciones en tu vida en las
que pensabas que todo estaba perdido y no servía de nada esforzarte en
intentarlo y… al final no fue así y mereció la pena el esfuerzo.
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